DELIBES. TAN NUESTRO
CON FUERTE ACICATE DE CONCIENCIA LITERARIA nos remueve el recuerdo de Miguel Delibes. El centenario de su nacimiento se recuerda en el pasado y presente año en distintos medios de comunicación de forma contundente, avivando en nuestra memoria el impresionante legado de un escritor con letras mayúsculas. Es uno de los grandes literatos de la Contemporaneidad que tenemos en nuestro imaginario colectivo como de los nuestros, de los más cercanos a nuestro mundo, de los que hemos leído y disfrutado desde niños por ser sus textos de obligada lectura. El elenco literario occidental es ciertamente abrumador, y contundentes los escritores de obras de alto estanding que conforman nuestro acervo cultural, porque inmensa es su genialidad, su capacidad de captar las realidades y escribirlas cifradas en los códigos literarios para dejar constancia de unos tiempos, espacios y parámetros concretos (económicos, sociales, culturales, etc.); la nómina de los gigantes de la Literatura (Cervantes, Skespeare, Tostoi, Dostoievski, Goete…) nos han definido la existencia humana como nadie, y gracias a ellos nos conocemos mejor, nos comprendemos y miramos en el espejo deformado de sus obras, que sin embargo constituyen el mejor retrato de lo que somos: porque la realidad, aunque se describa y defina con toda la precisión del mundo (o no), siempre requiere del análisis y el punto de vista crítico que magistralmente nos dejan los citados escritores, que son las mejores lumbreras de la Historia. En esta tesitura se encuentra también Delibes, con el marchamo de ser un hombre próximo en el tiempo y cercano en su discurso literario. El maestro castellano tuvo siempre el prurito, conseguido con creces, de mantener las esencias de su propia naturaleza, sin falsas vanidades de escritor afamado con altisonantes títulos, ni empingorotarse a la cima de reconocimientos fatuos. El escritor pucelano nace y muere en Valladolid, amarrado con firmes raíces a un entorno rural próximo y cercano (física y espiritualmente) que le subyuga con aprehensión. Su carácter serio, circunspecto y meditativo le envuelven en un aura existencial sin ambiciones materialistas de otros próceres –contemporáneos, de todos conocidos– , a quienes encanta el aparato escenográfico y la promoción mediática. Delibes es un escritor inteligente y culto, de retina prodigiosa, que cala en lo más hondo de la realidad para retratarnos con trazo firme, como la vida misma; tal vez de horizontes materiales alicortos, que anhela, y un sentido circunspecto personal abrogado de pesimismo, pero de imaginación grande ceñida completamente al terruño que domina, y a un tiempo (real e histórico) que conoce perfectamente. Su existencia es provinciana por convicción. Emergiendo del ámbito profesional del periodismo (El Norte de Castilla, con el que mantiene estrecho vínculo en su ejercicio diario), con dominio en lo más doméstico de la profesión, se sumerge con delectación en el mundo de la literatura con auténtico magisterio. Su literatura es contundente desde el principio, obteniendo galardones que le catapultan en el panorama literario nacional (frente a Sánchez Ferlosio, Cela…). La obra de Delibes sentencia con mucha fuerza la notoriedad de su trayectoria en cada uno de sus títulos, que no solamente no pasan desapercibidos, sino que se convierten en obras maestras para la posteridad como paradigmas literarios. Su brillante afloramiento novelístico en la década de los cuarenta, con La sombra del ciprés es alargada (1.947; premio Nada, 1.948), sentencia el magisterio indiscutible de su entrada en escena con una obra inolvidable, que rubrica desde el comienzo la calidad de un autor universal. Más tarde habrían de llegar réplicas de mucha notoriedad que rondan en nuestras cabezas, con títulos señeros que constituyen lecciones de vida (La Hoja Roja, 1..959), con letra descarnada de una penetración humana que remueve conciencias; críticas exacerbadas de situaciones de aberrante miseria, incomprensibles e inhumanas (de la mayor crudeza) en el gélido contexto político que le permite sonrojar a los mandatarios políticos con silenciosa acritud (Las ratas, 1.962 premio Crítica; Los santos inocentes, 1.981); sin eludir problemas existenciales personales, vivencias y aficiones (Señora de rojo sobre fondo gris, 1.991; Diario de un cazador, 1.955). Grandes obras que difícilmente pueden olvidarse por su hondura, su contextualidad o ficción histórica donde el autor demuestra su extraordinaria solvencia argumental (Mi idolatrado hijo Sisí, 1.953; El hereje, 1.998) y la magnífica comprensión de los marcos históricos y la penetración de las relaciones humanas. A veces, con pequeño formato y fácil lectura (como en El camino, 1.950), el genial Delibes retrata con trazos magistrales todo un pueblo, con sus glorias y miserias para la reflexión profunda; con sus individualidades altisonantes y visor infantil (El Mochuelo, El Boñiga…), aplicando el trépano más vigoroso en los contrapuntos de crítica y aceptación. Es sin duda un maestro de maestros, un literato de esencias claras, de oficio contundente, de mucho sabor en todo lo que retrata y reflexión profunda; dejándonos excepcionales panorámicas del paisajismo y paisanaje castellano en sentido amplio. Quiso la fortuna y el reconocimiento obligado que algunas de sus novelas se llevaran a la gran pantalla para confirmar con rotundidad la bondad literaria, cercanía y satisfacción en un amplio espectro de la población.
Juan Andrés Molinero Merchán