Cursos COVID (2019-20)

NADIE LO HUBIERA SOÑADO, ni creído. Como tantas veces se dice, la realidad supera con creces a la ficción. Cuando a comienzos del año diecinueve, aún en la normalidad más absoluta, presentábamos en clase (Historia del Mundo Contemporáneo) la noticia de un virus en Wuhan (China) no tenía la mínima trascendencia; era un hecho completamente anodino, y díscola nos parecía la conducta de unos enfundados y enmascarados lunáticos arrestando a otros por un simple virus. Qué lejos estábamos de la realidad en occidente, hasta que en los primeros meses de 2020 empezamos a ver las orejas al lobo –ya como un tsunami– en la vecina Italia. La pandemia nos cogió de improviso, sin creerlo, como quien te dice una mentira gruesa que suena a barbaridad o chiste ridículo. En menos de unos días España se empieza a confinar de forma completa y preceptiva (Alarma del Estado). Sí, confinados y recluidos por órdenes estrictas y obligatorias. El mundo se congeló en un instante. Se produce un apagón general de nuestro universo vital; la inédita reclusión del ser humano de forma globalizada, ese ente irrefrenable en el desarrollo de la ciencia y control de las enfermedades (descubrimientos inmensos de farmacopea); el ser de la naturaleza que ha disputado al espacio sus poderes ascendiendo hasta la luna; haber creado puentes y acueductos inmensos, para salvar distancias kilométricas…; en fin, esa humanidad henchida de progreso y ciencia capaz de dominar (o así creerlo) la naturaleza. Ese fue el primer velo de ignorancia que se nos cayó al suelo. El mundo experimenta una pandemia incontrolada –al tenor de otras históricas– que le embarga en el círculo cerrado de la casa, silencio, enfermedad y muerte. De forma casi inmediata comprendimos que el hombre se encuentra superado. Que no somos más que aquellas humildes gentes de la Prehistoria cuyos horizontes de oscuridad se encuentran supeditados al albur de elementos extraños. Sin control absoluto de la vida. Así de firmes nos puso el Coronavirus en dos días. De la nada al todo entramos en el bucle de una nueva historia en nuestras casas sin poder salir durante meses; sin mayor asimiento social que los mass media y las salvíficas redes sociales; con unos callejeros silenciosos en todo el mundo que meten el miedo en el cuerpo al más templado (ni vagabundos, ni delincuentes ni tahúres…); con cierre comercial completado, bares, parques y actividades profesionales. Las infecciones a espuertas y la muerte amenazante en estadísticas escalofriantes. Una convivencia doméstica desconocida durante meses, repleta de viejas pautas de otros tiempos (juegos, conversaciones…), innovación y no poca creatividad de algunos. Nuestra existencia precaria se encuentra en una burbuja sembrada de incertidumbre. Más tarde habrán de venir las segundas partes sembradas de inseguridades y problemas de propagación, de laxitudes e incomprensiones sobre las irresponsabilidades en de las medidas profilácticas (mascarillas, distancia social…). Se trata del poliedro aristado de una pandemia que aún sufrimos en etapas sucesivas (desescaladas, rebrotes, olas sucesivas…), siendo incapaces de doblegarla, manteniéndonos el desaliento a flor de piel.

En el mundo de la Enseñanza hemos vivido también nuestra propia pandemia. Hemos estado Inmersos en el encierro de nuestras casas y en las aulas (más tarde) hemos experimentado los problemas y dificultades específicas del virus, la indefinición de la docencia e inseguridad constante en nuestra profesión, en convivencia saludable precaria. Nadie ha valorado en su justa media el esfuerzo realizado por los profesionales de la Educación, que también hemos estado en primera línea de sustentación de un sistema fundamental. La continuidad del aprendizaje en diferido no es precisamente un formato educativo que dominemos ni para el que estamos preparados; nadie nos ha dotado de recursos materiales ni tecnológicos (pues hemos actuado con los propios y particulares), y la formación apresurada y acuciante adolece –claro está– del ritmo y la preparación imprescindible. No se puede aprender en dos días un nuevo mundo de enseñanza programática y teologizada. Con todo ello se ha respondido de forma admirable, con muchísimo esfuerzo y dedicación impagable (a todas horas). Con el desarrollo de la pandemia en sus rebrotes, en clases presenciales, convivimos con protocolos estrictos (cierto es), pero en exiguos espacios que mantienen nuestro riesgo a flor de piel. Vivimos enmascarillados y con separación precaria, sin conocer prácticamente al alumnado. Qué duro no haber visto nunca su sonrisa, dudas ni sus enfados…, alegrías y personalidades en sus rostros. Conviviendo un día sí y otro también con alumnado y profesorado contagiado; con materiales personales y académicos en precario al tenor de la infección; con recreos estrictamente organizados y calendarios especiales…La difícil sustitución de la enseñanza presencial, con videoconferencias plantea y deja bien sentado un lastre de reveses y problemáticas de diferente naturaleza: pues nadie se engañe, una clase presencial no se traslada por arte de magia a las casas, con un simpe ordenador: son necesarios planteamientos curriculares diferentes; se precisan nuevas metodologías; se necesitan diferentes instrumentos evaluativos; diferentes seguimientos y formas de estar, etc.

La Historia nos ha dejado presenciar, desgraciadamente (en este caso), un hito de esos que pasan a los libros de texto; un evento sembrado de perspectivas que ponen una vez más en entredicho el poder del ser humano y sus limitaciones.  En el ámbito de la Educación hemos confirmado las glorias y miserias de una ardua tarea que requiere –como siempre– de una fortísima vocación, pero con la satisfacción inmensa de seguir en el anhelo de mejorar el mundo. En la pandemia del Coronavirus  hemos puesto nuestro granito de arena. Mucho más.

Autor: Juan Andrés Molinero Merchán